Cuando yo era un industrialista fervoroso, admiré tanto a Orestes Kindelán que mis amigos llegaron a acusarme de sentir simpatías por Santiago. A menos que los diera para decidir un juego contra los azules, sus jonrones llegaron a ser -como los de Luis Giraldo Casanova- un motivo de inefable regocijo en mis noches beisboleras.
Muy cerca estuvo de pegar 500 (marca casi irrompible habida cuenta de que nuestros sluggers ya conocen las rutas hacia el Norte). Le salían tan naturales que parecían jonrones fisiológicos. Lo mismo los sacaba por el medio o por las bandas. No importaba si enfrente había un curveador o un supersónico. Kindelán era “el Kinde” como quiera: en el Cuba, protegiendo a Linares; en Santiago, detrás de Pacheco.
Fue torpe con el guante. No tenía posición ideal en el campo, mas por eso tenía la que se le antojara. Fuera del designado, jugó de receptor, de inicialista, de jardinero izquierdo… Tanto bateaba el oriental, que si se hubiera encaprichado en irse al campo corto, seguramente el manager lo habría complacido.
Me lo encontré hace poco. Le recordé que alguna vez me le ofrecí para escribir el libro de su vida, y él insistió: “Ya me lo están haciendo”. Nunca ha sido partidario de la prensa. Inclusive recuerdo a algún colega desbarrando de él porque le había negado una entrevista. “Hay mucha gente que habla sin saber –me dice. Y yo voy a morirme siendo como soy”.
Le pido que me hable un poco de este equipo Cuba al Clásico. De su trabajo como entrenador de bateo. De la pelota de hoy. Me mira. Se sonríe. Espero lo peor (esto es, un “No” rotundo), pero no ocurre lo peor. Por el contrario, Kindelán hace un gesto afirmativo y queda esperando las preguntas en un cajón imaginario.
¿Con qué deficiencias has tenido que trabajar más?
-Hablar de eso tomaría su tiempo, porque cada bateador tiene defectos diferentes. Pasa que la juventud a veces no quiere entender ciertas cosas que se le tratan de enseñar, y el trabajo se complejiza. Es que se olvida que para aprender hay que escuchar y tener ganas de mejorar. Yo, por ejemplo, me la paso observando la cámara lenta, estudiando el uso que hacen los buenos peloteros de los hombros, las muñecas, los antebrazos, la vista (que para mí es la parte fundamental); analizando cómo terminan los swings o cómo hacen los ajustes según el sistema de pitcheos y lo que tiran los lanzadores.
¿Podrían llegar en forma óptima Yosvani Alarcón y Frederich Cepeda?
-Aquí cabría bromear diciéndote que si te digo que sí, te miento; y si te digo que no, te engaño. Pero yo pienso que ellos podrían llegar al evento aproximadamente al setenta por ciento de sus posibilidades. Los dos se ven agresivos con el bate y lo que les falta es coger los tiempos del pitcheo. En mi criterio son dos piezas claves en las aspiraciones cubanas, porque los juegos de pelota se ganan haciendo carreras.
Y en el caso de Yoelkys Céspedes, ¿has hecho énfasis en sus dificultades con los rompimientos?
-Con los muchachos nuevos hay que ir al paso. Primero lo que hay que hallar la manera de que él le pegue bien a la pelota. Después que aprenda eso, entonces buscaremos el modo de hacer que adapte su mecánica hasta el punto de poder levantar una curva, golpear una recta a la banda contraria, sacar los brazos con un envío pegado o descifrar lo más importante que existe para un bateador, que es la zona de strike. Yo mismo era malísimo con los rompimientos, pero hice el esfuerzo, pregunté a los que les debía preguntar, y eso dejó de ser problema.
¿Por qué apenas se ven sluggers en la Cuba actual?
-Si lo comparo con mi tiempo, ahora prácticamente no hay. Primero, porque muchos se han ido del país. Y segundo, porque supongo que están saliendo los efectos del Período Especial.
¿Demorará Santiago en regresar a la elite?
-No lo creo. A simple vista parece lejano, pero hay muchos jóvenes con condiciones. Uno mira el talento de que dispone y el que tienen otras provincias, y se da cuenta de que cuenta con peloteros que pueden hacer las cosas.
¿Qué es más difícil, batear o enseñar a hacerlo?
-Lo segundo, porque uno aprende solo, pero tiene que enseñar a mucha gente. Es complicado ver a diez hombres y tener un criterio acertado y diferente para cada uno de ellos, y lo peor, que todos acepten los consejos que les das, porque cada cual tiene un carácter propio. El atleta se preocupa por él; el entrenador, por el equipo entero.
¿Sientes dolor o resignación cuando piensas en que tenías talento para jugar en ligas extranjeras y asegurar tu futuro económico?
-Dolor en el sentido de que tuvimos las mismas posibilidades deportivas que los de ahora y siempre nos dijeron que no. Pero resignación, no. Yo quisiera que hubiera veinte Despaignes en Japón ahora mismo, y que lo hicieran bien.
¿Tendremos alguna vez en el Cuba un trío similar a Pacheco-Linares-Kindelán?
-Yo no jugué Grandes Ligas y por respeto no debo hacer ningún tipo de comparaciones. Así que cuando hablo de aquel trío que formamos Pacheco, Linares y yo, no estoy menospreciando para nada a los grandísimos peloteros que tenemos ahora en la MLB, como Céspedes y Abreu. Solo miro a la calidad individual que nos dio la vida y noto que no hay razón para sentirnos ni más pequeños ni más grandes. Vivimos nuestra pelota de otra manera, y eso es todo.
¿Cuál fue el lanzador más difícil al que te enfrentaste?
-El que nunca me pitcheó.
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