La historia del béisbol cubano guarda un lugar especial para un trío de bateadores que, durante dos décadas, hicieron la vida imposible a la mayoría de los lanzadores. Ellos no se caracterizaban por su fuerza al bate, sino por su excelente tacto y la velocidad que podían imprimirle a sus piernas. El inolvidable narrador Bobby Salamanca los denominó “los tres mosqueteros” y así todavía son recordados Félix Isasi, Rigoberto Rosique y Wilfredo Sánchez.
Isasi debutó en la temporada de 1963-1964, con Occidentales y durante 18 años defendió los colores de diferentes equipos como Henequeneros, Centrales y Matanzas. En la segunda base era rápido, seguro y tenía una gran capacidad de desplazamiento hacia ambas manos.
Entre los momentos más significativos de Isasi con la selección nacional estuvo su presencia en dos campeonatos mundiales muy recordados: el de República Dominicana, en 1969 y el de Cartagena, un año después.
En el Mundial de 1970, Isasi rindió una de las actuaciones más sobresalientes de todos los tiempos en un evento internacional cuando lideró el departamento de las carreras impulsadas con 15 y terminó con average de 396.
Allí Isasi protagonizó una jugada espectacular al “esconder la pelota” y sorprender a los estadounidenses en el partido por la discusión de la medalla de oro. Todo sucedió cuando los norteños colocaron a un hombre en segunda base. Entonces, Isasi le pidió al lanzador Manuel Hurtado que le pasara la bola. Nadie se dio cuenta de ese movimiento. El habilidoso jugador se retiró hacia su posición y comenzó a darle ánimos a su pitcher. El corredor norteamericano “mordió el anzuelo” porque comenzó a adelantar y ese fue el momento preciso en que Isasi corrió hacia él, lo tocó y, gracias a este ardid, se desvaneció la amenaza. Cuba ganó los dos partidos del play off y retuvo el título de campeón mundial.
La vida en el deporte activo terminó para Isasi en 1981. Sus números, sobre todo si se analiza que jugó en uno de los períodos de mayor esplendor del béisbol nacional y con el bate de madera, pudieran considerarse como excelentes: promedió para 293, con 445 carreras remolcadas y apenas 294 ponches recibidos en más de 3900 veces al bate.
El “segundo mosquetero” era Rigoberto Rosique. Su número 7 ocupó la pradera central matancera durante 13 años. Por lo general Rosique jugaba corto y esta era una característica que lo distinguía. Él confiaba en su gran capacidad de desplazamiento para fildear los batazos más profundos, aunque nunca se destacó por tener un poderoso brazo.
Rosique debutó en las Series Nacionales el mismo año que Isasi y en su temporada inicial impuso un récord para novatos al anotar 34 carreras. Cinco años más tarde, Rosique integró la selección al Mundial de República Dominicana en 1969 y allí su actuación fue fundamental para el triunfo cubano.
En el partido contra Estados Unidos, Cuba llegó al final del octavo capítulo con desventaja en el marcador; pero el lanzador Gaspar “Curro” Pérez conectó el jit que impulsó el empate y, con dos hombres en circulación, vino a batear Rosique.
Con el conteo a su favor, Rosique disparó el imparable decisivo que puso delante en el marcador, definitivamente, a Cuba. Del resto se encargó el “Curro” Pérez con su efectivo relevo. Rosique siguió brillando en las Series y conquistó en dos oportunidades el título de bateo, primero en 1971, con un promedio de 352 y luego, en 1974, con 347. Para sorpresa de muchos, en 1975 el fogoso jardinero central anunció su retiro del béisbol.
La despedida de la práctica diaria no significó en Rigoberto Rosique un alejamiento de los terrenos, porque estuvo al frente de Las Tunas y Matanzas en las Series Nacionales; aunque con estos equipos no alcanzó buenos resultados.
El “tercer mosquetero” matancero es considerado el jugador cubano de mayor tacto después de 1959: Wilfredo Sánchez. Este genial pelotero forma parte de una familia de enorme tradición deportiva: los Sánchez de Jovellanos. Cuatro de sus hermanos estuvieron en las Series Nacionales y uno de ellos, Fernando, fue un estelar jardinero. No sería exagerado afirmar que la familia Sánchez es la más destacada de todos los tiempos en la pelota cubana.
Wilfredo siempre ocupó el primer puesto en la alineación y defendió a lo largo de su carrera el jardín derecho. Nunca fue un bateador de fuerza y en 19 temporadas apenas disparó 16 cuadrangulares; sin embargo, en él se reunían las características ideales de un primer bate: excelente tacto y gran velocidad, lo que le permitió conectar 2174 imparables y ganar seis títulos de bateo.
En 1969, en una Serie de 99 juegos, Wilfredo asombró a todos cuando alcanzó la impresionante cifra de 140 jits, de ellos 13 triples, ambos récords. El de jits se mantuvo hasta 1998 cuando Michel Enríquez lo superó, al llegar a 152; mientras el de triples continúa vigente.
Wilfredo demoró un poco en llegar al equipo nacional, al igual que le sucedió a Rosique; pero después de “romper el hielo” no pudieron dejarlo fuera de la selección en una década.
En eventos internacionales, Wilfredo intervino en siete Mundiales, en los que Cuba siempre terminó como campeón; también en tres Juegos Panamericanos y tres Centroamericanos. Su momento más destacado ocurrió en el Mundial de Nicaragua, en 1972, cuando promedió para 414 e impulsó 13 carreras.
Wilfredo fue el primer jugador cubano en alcanzar los mil y dos mil imparables. En los años ochenta ya había visto pasar sus mejores momentos; no obstante, quiso seguir jugando para su provincia y, poco antes de su retiro, el veterano pelotero consiguió una extraordinaria hazaña: ganó su sexto campeonato de bateo en 1984. De esta manera se convirtió en el único hombre que ha logrado títulos ofensivos en tres décadas diferentes.
La primera corona fue en 1969; luego hubo cuatro en la década de los setenta y la última en 1984. Parece muy poco probable que algún otro jugador pueda igualar esta prueba de longevidad, unida a una calidad indiscutible.
De seguro los seguidores del equipo Matanzas extrañan los tiempos en que “los tres mosqueteros” Félix Isasi, Rigoberto Rosique y Wilfredo Sánchez hacían temblar a los lanzadores.
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