por Rosa María Panadero Vega Martes, 03 Noviembre 2015
Sus batazos aún resuenan en los predios de la mayoría de los estadios de la nación, e incluso más allá de la fronteras nacionales. Idolatrado por una afición que nunca olvidará su nombre, Orestes Kindelán es un símbolo perenne del deporte cubano.
Es una leyenda viviente del deporte de las bolas y los strikes que se ganó “a batazos” los epítetos que hoy lo señalan como “El Tambor Mayor” o “El León de la Montaña”.
Los homenajes nunca serán suficientes para el atleta consagrado que con sus proezas escribió una de las páginas más gloriosas de la pelota en la Mayor de las Antillas.
-¿Cuál es el origen de Orestes Kindelán Olivares?
Nací el 1 de noviembre de 1964 en el municipio santiaguero de Palma Soriano, y desde pequeño siempre fui muy travieso, pero mi infancia transcurrió de manera normal.
Iba a jugar en un terreno de béisbol en Dos Ríos, hasta que afortunadamente un entrenador se fijó en mí al ver que tenía condiciones para ser pelotero. Me llamó para que hiciera las pruebas, pero decidí becarme en una Escuela al Campo terminado sexto grado, y no practiqué más béisbol.
Allí me anoté en el equipo de voleibol, e incluso integré el equipo regular. En ese tiempo recuerdo que se realizó un torneo municipal de béisbol en Palma Soriano, y yo venía como jugador de voleibol, pero los entrenadores al frente del campeonato me dijeron: ‘Tú eres pelotero’. Jugué en el Deportivo Cauto, en mi municipio natal. En dos juegos pegué par de jonrones, los únicos dos hits que conecté. Luego de eso me captaron y me trasladé a la EIDE provincial, donde realmente me formé como beisbolista.
-¿Qué influencia tuvo tu entorno familiar en la pasión por el béisbol?
El entorno familiar siempre es muy importante, mis padres siempre me apoyaron en todo y en la EIDE el seguimiento fue constante por parte de ambos. Si no salía de pase, ellos venían a verme, a traerme la comida, la ropa lavada, esos detalles que cuidan los padres, además de la preocupación porque todo marchara bien tanto académica como deportivamente. Así la vida transitó hasta que pasé a la Universidad del Deporte Manuel Fajardo, donde me gradué de profesor de educación física y continúe la licenciatura.
-En aquella época, ¿cuál o cuáles eran tus jugadores de béisbol preferidos?
En mi niñez yo me fijaba mucho en Armando Capiró, tenía un swing fenomenal, una fuerza increíble, y de una valentía extraordinaria ante cualquier lanzador, además de que implantaba respeto por lo que hacía en el terreno. También tuve la suerte de ver a Antonio Muñoz, Pedro José Rodríguez y Luis Giraldo Casanova en plenitud de facultades, pero siempre seguí a Capiró.
-¿De qué manera y cuándo llegas al primer equipo de Santiago de Cuba?
Yo participé en un entrenamiento para integrar el equipo de Santiago de Cuba y no me escogieron porque me fue muy mal, incluso no conecté ningún hit. Recuerdo que Manuel Millares era el entrenador y no me convocó al primer equipo del territorio. Al otro año jugué las provinciales, estuve bien con Palma Soriano y quedé de líder en la mayoría de los departamentos ofensivos, entonces sí integre el equipo de Santiago de Cuba, y ese mismo año en la Serie Nacional, participé en el Mundial Juvenil de Barquisimeto, Venezuela, en el año 1982.
-¿Por qué escogiste el número 46 para tu dorsal?
El primer uniforme que me dieron en el equipo nacional tenía el número 46. Incluso cuando comencé en Santiago de Cuba y disparé los treinta jonrones con Serranos yo usaba el número 10. Pero al integrar la selección nacional de mayores, al año siguiente cambié de manera definitiva para el número 46, el cual utilicé en el equipo provincial y en el “Cuba”. Muchos peloteros incluso me solicitaron “permiso” para utilizar el número en la Serie Nacional, y yo siempre les dije que no me lo hicieran quedar mal, para que la gente siempre recordara que ese es un número de respeto.
-¿Qué vivencias conservas de la “aplanadora santiaguera”?
Fue una experiencia inolvidable y eso solo sucede cuando estás rodeado de peloteros de calidad, con deseos de hacer las cosas bien y de responder con orgullo al nombre de Santiago de Cuba. Nuestro equipo siempre ha sido luchador en contra de la capital, aunque Pinar del Río y Villa Clara siempre dieron buenas series, pero el “clásico” es con Industriales, y nosotros tuvimos la dicha de derrotarlos dos veces para logar dos campeonatos en el estadio Latinoamericano. La “aplanadora” significó mucho para mí, y creo que para Cuba entera, le hicimos creer a la gente una historia real, de que los equipos se proponen metas y las pueden lograr, y más cuando tú ves a una afición que grita: “camina eso”, creo que la mayor satisfacción estuvo en complacer a todo ese público.
-Internacionalmente participaste en 7 Copas Intercontinentales, 4 Centroamericanos, 6 Mundiales, 4 Panamericanos y 3 Olimpiadas. Cuéntame de tu experiencia con el equipo de las cuatro letras.
Representar al país, es un sueño que todo atleta tiene, y luego de estar allí hacerlo lo mejor posible. Para mí fue lo más grande tener la suerte de representar a Cuba, de levantar la bandera con una medalla de oro internacionalmente, y ese es el mayor orgullo para un cubano sin importar en el lugar que esté. A pesar de ser una isla tan pequeña, es un valor que nos sobra, es un valor que no tiene nadie y por eso somos reconocidos a nivel mundial. Fueron momentos únicos: jugar en el primer equipo cubano que ganó una Olimpiada, liderazgos de bateo, compañeros que amaban lo que hacían y eso siempre va a estar grabado en mi memoria.
-¿Sientes que te quedó algún título por ganar con el equipo Cuba?
Claro, no tuve la suerte de participar en un Clásico Mundial, y sin menospreciar la calidad de los equipos que nos han representado en esos torneos, creo que los peloteros de mi generación hubiéramos podido ganar, porque calidad suficiente había.
-¿Qué lanzador te hacía más daño?
A mí me hacían daño los lanzadores que no tiraban strikes, precisamente por la ansiedad de querer batear, como siempre viví de la ofensiva trataba de enfocarme en batear, sin sentirme pequeño o grande delante de ningún pitcher, mi tarea siempre fue tratar de ayudar a mi equipo.
-De los batazos de cuatro esquinas que conectaste, ¿cuál recuerdas con más devoción?
Creo que el que conecté en el Preolímpico de Edmonton, Canadá, celebrado en 1995. Había perdido la titularidad en el equipo nacional, y entonces se me dio la oportunidad de batear como emergente ante Nicaragua, con las bases llenas y debajo en el marcador 7-2. Disparé jonrón, y a partir de ese día regresé al cuarto turno en la alineación, y en los otros compromisos que efectuamos como dicen por ahí “me destapé a batear”.
-Eres recordado fundamentalmente por tu fuerza al bate; sin embargo, te desempeñaste como receptor, jardinero izquierdo y finalmente defendiste la primera base. ¿A qué elementos respondieron estos cambios de posición y en cuál te sentiste mejor?
A mí nunca me gustó la receptoría. Yo ocupé esa plaza prácticamente obligado. En mis primeros años tuve muchas lesiones del Tendón de Aquiles, y por eso me trasladé a los jardines, porque además en esa época en Cuba había muchos buenos jugadores de cuadro, y pensé que en los jardines podía defender mi posibilidad en el equipo Cuba. Sin embargo, creo que en la que mejor jugué fue en primera base, me sentía más metido en el juego, más motivado y concentrado, aunque a veces se ponía “caliente”, pero todo está en el tesón que uno le ponga.
-A pesar de las constantes ofertas monetarias del exterior, ¿cuál fue la convicción que te mantuvo como parte del béisbol revolucionario?
Yo siempre he sido muy fidelista, siempre he amado mucho a Fidel Castro, y creo que por tanta admiración continuó en mi terruño, porque es muy difícil traicionar a un hombre como el Comandante, que ha sido el líder no solo de los atletas, sino de Cuba y de América Latina. Un hombre al que le debemos la Patria que tenemos hoy, con personas cultas y preparadas que apuestan por un futuro mejor.
-En 21 Series Nacionales, bateaste .313 de AVE; en los que se incluyen 2030 hits, 330 dobles, 36 triples y tus históricas 1511 carreras impulsadas. Sin embargo, al conocer la noticia de tu retiro deportivo, el periodista Rafael Grillo expresó: “¡Kinde, por qué te nos retiraste cuando te hacían falta solamente 13!” ¿Por qué no esperar los 500 bambinazos?
Pienso que en el tiempo que jugué pude haber rebasado la barrera de los 500 jonrones, pero con tantas contradicciones con la prensa y con algunos federativos del INDER, creí que ya era suficiente. Todavía estaba en plenitud de facultades, pero es cierto de que mientras los peloteros de mi tiempo estuviéramos en el equipo nacional, frenábamos el desarrollo de los jóvenes, y retirarme con la gloria en alto también era importante. No le comuniqué nada a nadie y al terminar un juego de play-off con Villa Clara, en el “Guillermón Moncada”, decidí retirarme y eso hice.
-¿Qué significó para Orestes Kindelán representar a Santiago de Cuba y particularmente jugar en los predios del estadio Guillermón Moncada?
Representar a esta provincia es algo grande, no solo en el deporte, sino en todas las esferas, y todo lo que haga siempre será con el nombre de Santiago de Cuba al frente. Jugar en el “Guillermón Moncada” fue algo extraordinario, según los peloteros de otros equipos, este estadio encierra tanta presión como el “Latinoamericano”, y cuando comenzaba a sonar la corneta china con la conga, había una transformación en el equipo. Espero que en pocos años ese público que se reúne aquí sea inspiración para los jóvenes que defienden nuestra camiseta, y que “Santiago” vuelva a ocupar el lugar que siempre ha tenido en la pelota.
-Entre los años 2002-2004, a pesar de tu retiro del béisbol nacional, te desempeñaste como jugador en la Liga Japonesa de Béisbol, ¿por qué tomaste esa decisión?
A partir de la propia polémica que se había desatado en torno a mí y a otros compañeros, pensé en no jugar más aquí, y se nos dio la posibilidad de ir a Japón, aunque en aquel tiempo no se podía jugar profesional como ahora. Tuve la oportunidad de estar en equipos de compañías de ese país, accedí porque además ya venía la otra parte de ser entrenador, aprendí muchísimo y me fue bastante bien.
Al regresar a Cuba en el propio año 2004, te desempeñaste como entrenador de bateo del equipo de Santiago de Cuba, en la que como parte del cuerpo técnico dirigido por Antonio Pacheco, la provincia obtuvo tres campeonatos y un subcampeonato nacional, ¿qué sentiste al formar parte de esa “segunda aplanadora”?
Fue algo maravilloso, tener tantos muchachos jóvenes y mantener a Santiago de Cuba por cuatro años consecutivos en la élite del béisbol cubano, más aún nosotros que prácticamente salimos de atletas a entrenadores. Es un trabajo que requiere de mucho esfuerzo y de mucho sacrificio, pero eso es lo del entrenador: escuchar, observar, aprender y no cansarte de conducir a los miembros de tu equipo, para que las cosas salgan lo mejor posible y estar en la senda de la victoria.
-Igualmente, participaste en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, como parte del colectivo técnico del equipo que obtuvo la medalla de plata. Según tu criterio, ¿qué factores impidieron tocar la gloria olímpica?
Nosotros salimos a jugar contra un equipo coreano de mucha calidad, muy técnico y muy concentrado. Lamentablemente cometimos algunas imprecisiones, y en el noveno inning con las bases llenas no pudimos empatar el juego, el batazo de Yulieski Gourriel salió de frente y se acabó el juego. Pero no se puede culpar a Yulieski, porque para eso somos un equipo, y ningún equipo Cuba que sale al terreno quiere perder, pero esas son las cosas del béisbol, y por eso no vamos a llenar de críticas a un atleta que lo da todo por su camiseta, soy de los que piensa que las críticas son para construir y no lo contrario.
-¿Qué crees de la “salud” del béisbol nacional y del santiaguero en particular? ¿Qué hacer para en ambos casos regresar a los planos estelares de antaño?
El béisbol está en un momento difícil, hay muchos atletas que han decidido partir a otros países, y eso influye muchísimo porque se van prácticamente los mejores jugadores de los equipos, y un pelotero no se hace de un día para otro, más aún para hacer las cosas bien en un terreno de béisbol. Nos faltan muchos aspectos por mejorar, y nos van a seguir faltando cuando no seamos capaces de darle la cara a los problemas y analizarlos, pero lo que nos queda es seguir trabajando para que el béisbol vuelva a ocupar el lugar que se merece.
-El 8 de noviembre del 2014 fuiste exaltado al Salón de la Fama del Béisbol Cubano, ¿cuál fue tu reacción al conocer la noticia?
Muy agradecido, porque por el béisbol cubano han pasado muchos peloteros de una calidad innegable, y estar entre los cinco primeros me parece que es un reconocimiento en primer lugar, a mi trayectoria deportiva.
-Tu gran pasión fue jugar al béisbol, pero, ¿cómo es la vida de Orestes Kindelán fuera del terreno de juego?
Trato de ser lo más normal posible, voy a cualquier lugar de la ciudad, y a pesar de la fama de Kindelán el pelotero, eso no cambia mi personalidad. No pienso en aquel pelotero que fui, y quisiera que las personas me vieran de esa forma. Y en lo demás, en mi casa, la convivencia con mis hijos y mi esposa, a los que trato de brindar el mayor afecto posible.
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