La noche más importante del año, en la que se jugaba el todo por el todo y se definía la suerte de su obsesión por un título de Cuba, Víctor Mesa se vio obligado a depender de un abridor al que apenas unos días antes había llamado presunto “cobarde” y de dos relevistas orientales que en su opinión se “presionan” por proceder de “equipos perdedores”.
Luego, cuando todo pasó y el jonrón con bases llenas de Luis Alberto Valdés cerró el círculo que había abierto Ariel Pestano hace poco menos de un año con un batazo similar; mientras toda la alegría de Vuelta Abajo se retiraba rumbo al extremo occidental de la Isla y el bullicio del Palacio de los Cocodrilos iniciaba un silencio de meses, Víctor se habrá quedado solo con su dolor, intentando entender por qué el destino le tiende una trampa tras otra, alejándolo del único premio que le ha sido esquivo en más de cuatro décadas dedicadas casi por completo al deporte de las bolas y los strikes.
Porque el pelotero más dado al espectáculo que ha pasado por las Series Nacionales es definitivamente un gran hombre de béisbol, un entrenador consumado que tiene el raro talento de convertir a sus equipos en máquinas de ganar juegos, que rescató del olvido y la inanición a la tierra donde nació la pelota cubana y transformó a un conjunto sotanero en el mejor del país. Sin embargo, no puede evitar mostrarse una y otra vez impotente cuando se enfrenta al último tramo, incapaz de dar un paso definitivo y levantar por fin el trofeo que nunca ha tocado desde que asumió la responsabilidad de dirigir.
A estas alturas, después de probar suerte con dos equipos distintos y seguir con las manos vacías, el también mentor de la Selección Nacional debe entender que no se gana un título presionando hasta lo irracional a sus jugadores, que no es buena idea llamarles cobardes o perdedores si luego pretendes exigirles que entreguen más de lo que tienen; que no está bien señalarlos delante del público, como sucede a menudo con sus receptores, al parecer culpables de los batazos que reciben los pitchers después de lanzar lo que les indican desde el banco.
Para tocar la gloria, no basta con resolver algunas de las muchas carencias materiales que sufren los atletas, finalmente seres humanos que necesitan otra clase de inspiración para rendir al máximo. Obviamente, tampoco ayuda en demasía el hecho de haber mutado de un pelotero objeto de culto al mánager menos querido de Cuba; o sostener una guerra sin cuartel en frentes tan diversos como el periodístico, el arbitral e, incluso, con peloteros de otras provincias.
Yoelkis Cruz quedo pasmado cuendo Victor los saco del box. Foto: Ismael Francisco/Cubadebate.Hace solo unos días, después de una victoria de su equipo y tras no aparecer en la derrota, Víctor Mesa se mostró feliz ante una prensa complaciente que tuvo a bien no incordiarle con preguntas molestas. En la misma comparecencia ante la televisión nacional, el mentor matancero fustigó por irreverentes a los estudiantes de periodismo, sin conocer que algunos de ellos pueden ser considerados ya entre los mejores cronistas del país, olvidando que algunos de sus jugadores más jóvenes e inexpertos le han sacado más de una vez las castañas del fuego. Antes, su cruzada había tenido escaramuzas con profesionales de la talla del espirituano Oscar Castañeda o el holguinero Enrique Ajo, el primero culpable de hacer preguntas menos cómodas; el segundo, simplemente de vivir y trabajar en la provincia que fue testigo de su primer gran fracaso como director.
En su abultado prontuario, coexisten insólitas expulsiones en medio de la discusión de las reglas del juego, salivazos a los pies de árbitros, disfraces de cocodrilo para dirigir desde el terreno tras una expulsión y arranques de furia luego de una derrota que le han llevado, incluso, a dejar esperando a autoridades políticas de renombre.
Todo eso, y más, es hoy Víctor Mesa, el mismo que se hace llamar “profesor” y no acepta otro apelativo, el hombre que vive y sueña con el béisbol, enfermo de muerte por la absurda obsesión de querer controlar cada detalle en el juego más complejo que existe. En su afán, no solo ha arrastrado peloteros, aficiones y directivos de todos los niveles, sino que tras él y su errática e instintiva manera de entender el béisbol anda ahora todo un país: concluida la 53 Serie queda abierta una temporada internacional en la que a los cubanos nos gustaría no tener que cuestionarnos nuevamente por qué le hemos hipotecado, por cuatro largos años, el presente de nuestro deporte nacional.
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