Los Castro intentan una 'diplomacia del béisbol'. Quieren su parte en los millonarios
contratos de los peloteros de Grandes Ligas cubanos y, de paso, que les
levanten el embargo.
Antonio Castro, hijo del barbudo
que gobernó Cuba por 47 años y sobrino del presidente designado a dedo, dijo a
la cadena ESPN que no veía mal "que nuestros peloteros se marchen del país
para jugar en la mejor liga del mundo".
Tony Castro, por supuesto, no es
disidente ni tonto. Ortopédico de formación, amante de la buena vida, las
mujeres bellas y la pelota, creció sin libreta de racionamiento en la Zona
Cero. En el patio del complejo residencial donde vive su familia, en el reparto
Jaimanitas, al oeste de La Habana, tenía una vaca particular que le daba leche
fresca. Tony recibió atención médica de primera y vio en vivo las series
mundiales de Grandes Ligas mientras al resto de los seguidores del béisbol en
el país se les prohibía.
Sus amigos de farras nocturnas
aseguran que Tony es un tipo chévere. Y que le gusta jugar al golf, un deporte
disuelto por su padre y el argentino Ernesto Guevara por ostentoso, burgués y
racista (los caddies eran negros).
Un
capitalismo de familia
En silencio, a Fidel Castro lo han
purgado. En las galerías de los nostálgicos de la revolución solo van quedando
sus esporádicas Reflexiones, donde el caudillo anuncia
desastres atómicos, el fin del capitalismo, o designa a la moringa como el
alimento del futuro.
Si se observa la cotidianeidad
cubana de manera razonable, se llega a la conclusión de que con cada paso de
Raúl y sus tímidas reformas, se entierra de manera más profunda "el
legado" de Fidel. Ha sido una obra de hechicería política de Castro II
mantener la fraseología aburrida y los símbolos ideológicos mientras desmonta
el tinglado montado por su hermano.
Los hombres de confianza del
Comandante en Jefe están en plan piyama o presos. O como Felipe Pérez Roque y
Carlos Lage, trabajando en fábricas.
De un tiempo acá, los homosexuales
son revolucionarios. Las escuelas en el campo fueron una mala idea pues
intentaban suplantar a la familia. Los celadores de la frontera nacional abren
el portón y dicen que ya todos pueden viajar. También podemos alojarnos en hoteles,
comprar cacharros salidos de los talleres de Detroit o viejo Ladas rusos,
vender casas y hacer legalmente todos esos negocios que antes se hacían de
manera oculta. Todo esto si tenemos dinero, claro.
No nos han dicho por qué todo
estuvo prohibido durante tantos años. No se culpa a nadie. Pero quienes
diseccionan el poder en Cuba, saben que Fidel Castro, promotor de la antigua
jerigonza política, se hunde poco a poco en el barro.
Hasta su hijo se salta los
preceptos paternos. Y anuncia que los otrora traidores, desertores yapátridas del movimiento deportivo cubano
son ahora bienvenidos. Seguramente se podrán alistar en futuros equipos
nacionales y montar empresas… mientras paguen el fisco.
El régimen es ahora un capitalismo
de familia. Una tecnocracia. Ya se puede hablar pestes del Gobierno en un taxi
o en la bodega del barrio. Pero se va a la cárcel si evaden los impuestos.
Tony, por su parte, no se quiere
quedar atrás en la repartición del pastel. El ex yerno de Raúl Castro y sus
generales de confianza controlan el 80% de la economía real: el petróleo, el
puerto del Mariel, el turismo, la exportación de servicios médicos y los
negocios recaudadores de moneda dura.
Tras las palabras de Antonio no
hay farol ni exabrupto. El régimen está enviando un mensaje: quiere negociar
con Estados Unidos.
Tomando como modelo la diplomacia
del ping pong de Nixon en los años 70 con China, Tony intenta seducir al
mercado de Grandes Ligas. Tiene bazas a su favor. En 2013 los peloteros que se
han marchado, en su conjunto, han tenido su mejor temporada. Si sumamos los
salarios de los jugadores cubanos, veremos que se acercan a los 600 millones.
Y los sesudos en La Habana sacan
cuentas. Si algún día el embargo desapareciera, cientos de peloteros cubanos
podrían nutrir las organizaciones de las MLB y… los bolsillos de los jerarcas
políticos cubanos.
A todos los profesionales, la
cuchilla fiscal los gravaría con altos impuestos. Y los ceros en las cuentas
bancarias de parientes y compadres crecerían. Por supuesto, para llegar a la
danza de los millones y vender el despojo de una nación se necesita que los
obstinados gringos levanten el embargo.
Diplomáticos castristas gastan las
suelas de los zapatos en la Florida, para convencer a empresarios
cubanoamericanos de las bondades de una nueva ley de inversiones. Por
decimoquinta ocasión, el canciller dice en la ONU que el malo de la película
son los yanquis que no desean quitar el "criminal bloqueo" y sentarse
a charlar civilizadamente de negocios como todo buen capitalista.
En esta piñata en que se ha
convertido Cuba, Antonio Castro pretende ser el dueño de la futura pelota
profesional. Bueno, por ahora lo es.
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