jueves, 23 de abril de 2015

Ay, béisbol en Cuba… ¡qué difícil lo que te toca!



Es verdaderamente doloroso ver hoy el béisbol en Cuba; sobre todo para una generación como la mía, que creció bajo la emoción de ver a Lázaro Junco derribar el récord de jonrones del gigante Antonio Muñoz, a Jorge Luis Valdés pasar al gran Braudilio Vinent en victorias en Series Nacionales, a Villa Clara ganar tres cetros seguidos para ser parados en seco por unos Industriales que se rehusaron que alguien más tocara su preciada cadena, a tres toleteros en Orestes Kindelán, Omar Linares y el propio Junco llegar a 400 bambinazos. A diferencia de aquellos tiempos, en que había menos que hoy, el béisbol está actualmente en una situación más que difícil.
Mi generación vio cosas geniales y funestas: vimos cómo se ganaban dos títulos olímpicos y también vimos cómo un equipo universitario de Estados Unidos barría a una escuadra prácticamente invencible como la cubana en cuatro partidos celebrados en Millington. Seguimos con pasión la cadena de 37 juegos consecutivos bateando de hit de Rey Isaac y también vimos como el Orlando “El Duque” Hernández le apagaba la noche para ponerle fin a su sueño. Disfrutamos los dos partidos contra los Baltimore Orioles y lloramos desconsolados cuando la muerte implacable decidió arrebatarnos a Miguel Caldés.
Vimos cómo Cuba pasó casi diez años consecutivos sin conocer la derrota en torneos internacionales oficiales, y también observamos cómo se nos escapaban uno a uno René Arocha, Liván Hernández, su hermano El Duque, Osvaldo Fernández, Rolando Arrojo, José Ariel Contreras y TODOS los que vinieron después.
Fuimos testigos de la debacle del béisbol cubano, iniciada luego del retiro masivo de figuras como Orestes Kindelán, Omar Linares, Antonio Pacheco, Germán Mesa, Luis Ulacia… y se confirmó después de lo que sería tal vez su momento más brillante (el Clásico Mundial de Béisbol de 2006), cuando comenzaron a marcharse los peloteros como nómadas en busca de agua, y los títulos internacionales comenzaron a ser exhibidos en las vitrinas de otros.
Perdiendo terreno…
Pero tal vez lo peor de todo es que el béisbol hoy se escapa de la preferencia de la gente, atiborrada con sobredosis de fútbol de alta calidad que si bien hoy sufre de la adulteración de la narración cubana (con todo respeto para Renier González y Sergio Ortega, nuestros dos mejores exponentes), en algún momento fue ofrecido en directo con las voces de Luis Omar Tapia y Diego Balado, o sea, producto puro, limpio y de calidad. Sin embargo, el poco béisbol de Grandes Ligas que puede verse hoy en la televisión cubana, cuenta, además de las infames y arcaicas mutilaciones, con una narración que todo lo que hace es repetir una y otra vez datos de los jugadores que vienen al bate (los mismos datos, cada vez que comparecen).
Todo esto si no contamos lo que sucede con los equipos de Grandes Ligas donde juegan los cubanos, pues en estos casos los partidos son mutilados —creo que ahí subyace una de las razones por las cuales no podemos verlos en vivo— y apenas se hace mención a los nacidos en la Isla, como si el simple hecho de que estén triunfando en la MLB, y brillando A PESAR DE TODO no fuese un motivo para sentir ese orgullo de cubano.
Es lógico que las nuevas generaciones prefieran entonces al fútbol, un deporte que pueden disfrutar sin que la cruel navaja de la censura les prive de jugadas o hechos que podrían erizarle la piel.
No vimos nunca, por ejemplo, el espectacularísimo juego de cero-hit-cero-carrera lanzado por Clayton Kershaw el pasado año, ni si quiera en la modalidad de recap, porque Yasiel Puig estaba en ese partido. Vemos además como el volumen master de TeleSur baja en los telerreceptores cubanos cuando surge la posibilidad de que aparezca el nombre de Puig, Aroldis Chapman, Yoenis Céspedes, Alexander Guerrero, José Dariel Abreu, Alexei Ramírez o el de cualquier otro (hace un par de años era fácil mencionarlos a todos en una línea, ahora se necesita un párrafo solamente para los nombres).
Será muy difícil reconquistar la pasión de la gente mientras no puedan ver a los peloteros de su país en el mejor béisbol del mundo.
Más los problemas internos…
Todas las ligas tienen problemas internos, muchos de los cuales salen a la palestra pública, no para que la gente ofrezca una solución, ni para que se den banquete, sino por el simple hecho de que cada uno de ellos puede tener una repercusión que cambie por siempre el curso de la liga o la federación. La nuestra no deja de tenerlos, pero el velo del secretismo se despliega sobre ellos como un fantasma en una casa embrujada.
Entonces, suceden las cosas y la gente se pregunta qué pasó, o aparece un garganta profunda (aka Alfonso Urquiola) y sin decir mucho anuncia “corrupción” o “inmoralidades”, y luego, más silencio. Así, desaparece además el contrato millonario que tenía Yulieski Gourriel con los Yokohama DeNA BaysStars de la Nippon Professional Baseball, de manera abrupta, y en un hecho cargado de irregularidades y no de “transparencia” como declaró la Federación Cubana de Béisbol. Los rumores van desde un simple desinterés del jugador hasta un contrato multimillonario con los New York Yankees de las Grandes Ligas, pero no se sabe nada más que de su lesión (de la cual ya está recuperado).
Podría hablarse solamente de rumores infundados, pero los hechos están allí y hablan por sí solos: no todos los jugadores, o managers o árbitros reciben el mismo tratamiento o la misma pena por una infracción similar. A unos les cuesta una metedura de pata más caro que a otros, y todos en Cuba lo saben, por eso algunos se miden en demasía (temiendo sufrir el puño de la “ley”) y otros evidentemente se extralimitan con total impunidad.
Por otro lado, el sistema de contratación, sobre el que muchos se crearon grandes expectativas, se ha visto aún lento, aunque la contratación de Yunieski Gourriel, Alexei Bell, Yordán Manduley e Ismel Jiménez por parte de los Capitales de Quebec mostró un proceso un poco más ágil. No obstante, quedan numerosas lagunas en los procedimientos, y todo parece indicar que quienes sean contratados o no parte de una decisión de la Federación Cubana de Béisbol, que se encarga de poner en el avión a quien consideren que se lo merece (ojo, todos los peloteros que han sido contratados se lo merecían, de hecho, todos los que no han sido contratados, también).
Pero tal vez lo que más daño hace es precisamente el misterio y la falta de información en cuanto a cómo se gestan las cosas, además de las deficiencias —más allá de lo deportivo— que imperan en la Serie Nacional de Béisbol: total desorden en cuanto a las fechas, poco ajuste a lo que se determina de un inicio y decenas de miles de improvisaciones durante el desarrollo de la campaña nacional, eso sin contar con que ha habido al menos cuatro estructuras y formatos en los últimos veinte años.
Y del amor por el béisbol, ¿qué?
La gente va perdiendo la emoción con el béisbol, a pesar de que es verdad que en los play off siempre pasa algo que parece rescatarla, sea el incentivo de que Ciego de Ávila discutiera el cetro, o que Matanzas estuviera en la final, o que La Isla hiciera la hombrada. Pero esas pasiones se antojan efímeras, tienen el tiempo de vida de siete juegos, los días de descanso y traslado intermedio y el tiempo que se demore en llegar el equipo que terminó en la carretera (sobre todo si ganó) a su tierra. El aficionado cubano discute solamente cuando sucede algo trascendental —muestra de que sí, la pasión aún vive— y es muy difícil que el cubano, el manager más multifacético de todos los fanáticos del planeta, no tenga criterio sobre algo que pasó, aunque no lo haya visto. Pero poco a poco van cambiando de canal, o prefieren escuchar el derby de la Liga Española de fútbol por la radio, o incluso optan por pagar hasta dos dólares para poder disfrutar del partido en vivo, mientras nuestros peloteros, sudados, al sol, juegan a grada vacía o prácticamente vacía, contra un público ferviente amante del béisbol, leal seguidor del equipo, aburrido y sin más nada que hacer, o simplemente apostador.
Atrás han quedado los años del jonrón de Ty Griffin contra Taty Valdés y el de Lourdes Gourriel contra Jim Abbot; los tiempos de la estelar demostración de José Ariel Contreras contra Estados Unidos o la blanqueada de Ben Sheets sobre Cuba. En la memoria han quedado las glorias de las victorias cerradas y espectaculares en el juego bueno, siguiendo derrotas en etapas preliminares contra los mismos equipos. En el pasado ha quedado la emoción de la gente por un triunfo en un difícil e inhóspito torneo internacional o por un play off Industriales-Santiago de Cuba.
Ahora lo que emociona a las nuevas generaciones es cuántos goles tiene Lionel Messi o si Cristiano Ronaldo se quita o no la camiseta después de anotar un tanto —la rivalidad entre ambos y entre el Real Madrid y el FC Barcelona paraliza totalmente a Cuba entera. ¿Puede acaso alguien culparlos? Estamos seguros de que igualmente se paralizaría el país para ver lanzar en vivo a Aroldis Chapman o a Odrisamer Despaigne, para ver cada turno al bate de Yasiel Puig o José Dariel Abreu; como mismo sucedía en Japón cuando la Nomomanía irrumpió en el archipiélago del Sol Naciente (Hideo Nomo fue considerado un traidor en Japón inicialmente al retirarse y firmar con los Dodgers) o cuando Ichiro Suzuki hizo que se transmitieran en vivo partidos de la MLB, llevando hasta al Primer Ministro nipón a decir que Ichiro le hacía sentirse orgulloso de ser japonés.
Difícil la tiene el béisbol para volver a conquistar el corazón de la gente, vencer los miles de fantasmas que lo acosan y volver al lugar que le toca y donde ha debido siempre estar… a pesar de que, en el fondo (y espero que un día descubramos que es verdad, y que no sea demasiado tarde), nunca se haya ido.
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