Concluyeron los campeonatos mundiales de atletismo 2017, celebrados en Londres este mes de agosto, y la delegación cubana cosechó un clamoroso fracaso, con el que confirma su salida de la elite deportiva internacional, que ya venía perfilándose desde mucho antes.
Los 24 atletas que el Gobierno de La Habana envió a la competición apenas obtuvieron media medalla de bronce. Dicho de otro modo, la pertiguista Yarisley Silva alcanzó el tercer lugar en su especialidad pero tuvo que compartir escaño con la venezolana Robeilys Peinado, que logró la misma marca. El Comité Olímpico Internacional (COI), que en estos casos se muestra generoso, le otorgó una medalla a cada una.
En el plano individual, el magro resultado no empaña en lo absoluto el prestigio de la señora Silva, que es una gran atleta y sin duda una excelente persona. Campeona mundial en Beijing en 2015, subcampeona olímpica en Río de Janeiro, en 2016 y ahora ganadora de medalla de bronce en una competición muy reñida, la pinareña es ya la mejor saltadora de garrocha que ha dado América Latina y probablemente lo será durante mucho tiempo más. En el plano colectivo, el asunto es muy diferente.
Las causas a las que se atribuye el declive cubano cuando se trata de otros deportes —miserias del "Periodo Especial", fuga de atletas, profesionalización de los rivales, etc— apenas pueden aducirse en el caso del atletismo.
Mientras la Isla padecía los peores efectos del "Periodo Especial" y la población carecía de casi todo, los atletas cubanos iniciaron, a partir de 1991, una progresión fulgurante, que los llevó del décimo séptimo lugar (dos medallas de plata) en los Mundiales celebrados ese año en Tokyo, al tercer puesto alcanzado en Atenas en 1997, donde ganaron seis medallas (cuatro de oro, una de plata y una de bronce) y solo fueron superados por EEUU (17) y Alemania (10).
De ese tercer lugar logrado en la capital griega, los cubanos han pasado en dos decenios a ocupar un puesto del 38 al 43, con una sola presea de bronce, y ahora se codean con Siria, Tanzania y Kirguistán en la tabla de posiciones. La última vez que Cuba ganó seis medallas fue en Berlín en 2009 y desde entonces la sequía se ha ido imponiendo: cuatro medallas en 2011, tres en 2013 y 2015, y una de bronce en 2017.
El argumento de la fuga de estrellas tampoco tiene mucho peso en este sector. Los prófugos del atletismo son numerosos, pero muy pocos de ellos (o de ellas) podían aspirar realmente a ganar medallas en competencias de máximo nivel. Además, la mayoría decidió huir cuando ya había pasado sus mejores años al servicio del régimen castrista. Las excepciones más notables son la gran Niurka Montalvo, que ganó el oro en salto largo en el Mundial de Sevilla 1999 compitiendo con pasaporte español; Joan Lino, que obtuvo una de bronce también en salto largo en las Olimpiadas de Atenas de 2004; el vallista Orlando Ortega, que se alzó con la plata en la Olimpiada de Río de Janeiro el año pasado; y Alexis Copello, que en Londres terminó en quinto lugar en triple salto, representando a Azerbaiyán.
Además, a diferencia del béisbol, el tenis o el baloncesto, en las lides de atletismo siempre compitieron los mejores del mundo, antes y después de que el COI suprimiera la hipócrita segregación que permitía que los profesionales del mundo comunista, financiados por el Estado, compitieran en las Olimpiadas pero excluía a los profesionales del mundo capitalista, financiados por las empresas.
Es obvio que el Gobierno de La Habana dispone ahora de menos recursos para dedicar al deporte, por más que le siga interesando como instrumento de propaganda política. Pero las carencias materiales no alcanzan a explicar una caída tan acelerada que, por el momento, parece imparable.
Unas semanas antes del naufragio londinense, el Dr. Antonio Castro, alto burócrata del deporte cubano e hijo del difunto dictador, se refirió públicamente a la necesidad de recuperar la antigua gloria del béisbol nacional. El doctor Castro solo habló de la pelota, pero, vistos los resultados de los últimos tiempos, podría haber mencionado muchos deportes más.
Fue una evocación nostálgica de los triunfos pretéritos, cuando los peloteros cubanos jugaban contra amateurs y universitarios, el Gobierno tenía dinero para gastar sin límites en los equipos nacionales y los comisarios políticos controlaban estrictamente al personal. Pero esos tiempos, como las oscuras golondrinas becquerianas, no volverán. El relato ideológico del sistema se ha hundido, los jóvenes saben que país no tendrá futuro mientras el Partido Comunista domine el poder político y militar, y la tentación de la libertad y el bienestar logrados con legítimo esfuerzo resulta demasiado poderosa para quedarse atado a las viejas consignas de un régimen vivibundo.
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